En Internet circula la idea de que los CEO de grandes empresas leen un libro cada semana. Suena inspirador, ¿no? Sin embargo, este “consejo de gurú” resulta ser más un truco de marketing que una realidad comprobada. Como investigó el periodista Jeremey Donovan, la famosa estadística surgió de un blog de 2013, no de ningún estudio riguroso. De hecho, al examinar datos reales sobre hábitos de lectura –por ejemplo, encuestas en EE.UU.– se observa que incluso los ejecutivos mejor pagados leen unas pocas horas a la semana. Sólo el 69% de los jóvenes ejecutivos dedica menos de 4 horas semanales a leer (¡incluyendo lecturas profesionales!), y en general los estadounidenses pasan apenas 16 minutos diarios leyendo por placer. La mediana de libros leídos al año por hogares de más ingresos ronda sólo 6 –el promedio es 15–, muy lejos de 52 por año. En resumen: no hay tiempo mágico extra para devorar novelas enteras cada siete días, salvo que un CEO viaje dos veces al día en jet privado o escuche audiolibros a doble velocidad. Y si acaso, por lo general se trata de resúmenes de libros, no de volúmenes completos.

  • La estadística fue acuñada en blogs, no en laboratorios. Donovan rastreó su origen en internet y concluye que ese dato circula sin fuente confiable.
  • En la práctica, la mayoría de ejecutivos lee muchísimo menos (pocas horas semanales) de lo que el mito sugiere.

En definitiva, la idea de que todos podemos “leer como un CEO” es más eslogan publicitario que consejo realista. Una cosa es inspirarse en líderes culturales (la mayoría, como Bill Gates o Warren Buffett, leen mucho, pero también disponen de agendas muy particulares) y otra muy distinta es asumir que cualquier mortal con reuniones y correos respondidos logrará leer un libro por semana. ¡Ojalá tuviéramos ese superpoder, pero no existe!

Libros “fast food”: técnicas literarias adictivas

De la mano de este mito de productividad lectora ha florecido otro fenómeno: la literatura como consumo rápido. Numerosos bestsellers actuales están diseñados para atraparte desde el primer capítulo y hacerte devorar el libro en un par de días (o menos). Lo logran aplicando técnicas casi químicas de adicción narrativa: frases cortas, capítulos brevísimos y finales pendientes que empujan a seguir leyendo. Por ejemplo, los textos de James Patterson –el autor de novela policiaca más vendedor del mundo– “están pensados para ser adictivos” en el sentido literal: pasan rápidamente de la tensión a la resolución, con capítulos de tres páginas o menos que casi siempre terminan en cliffhangers Sus títulos incluso imitan la promesa del siguiente “shoot” de dopamina: series seriadas («Jack and Jill», «1st to Die», «2nd Chance», etc.) que garanticen la próxima entrega.

Estas son algunas de las estrategias más comunes en la “cocina” de bestsellers fast food:

  • Capítulos cortos con gancho al final. Es el truco estrella: cada capítulo termina con una pregunta sin resolver o una situación límite que obliga al lector a saltar inmediatamente al siguiente. Según la crítica, en Patterson “las frases son cortas, los capítulos rara vez superan las tres páginas y suelen acabar en cliffhangers”, provocando esa urgencia de seguir leyendo.
  • Narrativa ultra-rápida y diálogo abundante. La prosa intenta ser fácil y fluida, con muchísima acción o diálogo en cada página. Esto mantiene al lector enganchado de forma casi “fisiológica” (como afirman los expertos), al ritmo del “Netflix de los libros”.
  • Títulos y fórmulas previsibles. Muchos autores de éxito usan fórmulas de títulos secuenciales o tópicos reconocibles (intriga, romance, misterio). Aunque sean poco originales, funcionan como promesa: “más de lo mismo” que ya enganchó antes. De hecho, un crítico resumió así la receta Patterson: “Ha dominado el arte de escribir best-sellers de pasar de página que venden millones… y luego desaparecen tan rápido como la comida rápida de anoche”.

Estos elementos funcionan como dopamina literaria instantánea: te hacen devorar la novela con la misma voracidad con que comerías una hamburguesa. No es casualidad que muchos lectores los comparen con la comida rápida (literaria): fácil, sabrosa al instante y para nada nutritiva a largo plazo. En resumen, los libros “adictivos” de hoy día buscan un consumo inmediato, no la reflexión sostenida de antaño.

Sólo los grandes se arriesgan con lo “denso”

Si la industria valora cada vez más las ventas seguras, ¿dónde queda la literatura seria o arriesgada? La respuesta es dolorosa: casi marginada, salvo para unos pocos afortunados. Estudios recientes muestran que los grandes conglomerados editoriales concentran su negocio en autores consagrados y fórmulas probadas, dejando poco espacio a obras experimentales. Hoy, los libros nuevos suelen imponerse casi por «curaduría industrial»: «las editoriales se volcaron en autores de marca y obras confiables –nos dice Sinykin–, preparadas para complacer entidades ávidas de ganancias y menos propensas a arriesgarse con obras raras o densas».

El resultado práctico es este: la mayoría de escritores no puede vivir sólo de su obra. Sólo quienes ya ganan mucho (o tienen respaldo financiero) pueden permitirse un proyecto editorial “de larga cocción”. Pocos escritores emergentes se arriesgan a publicar una novela muy innovadora o pesada, porque las presiones del mercado (y de la hipoteca) apremian. Los que mejor pueden hacerlo suelen ser estrellas ya establecidas: tienen adelantos millonarios, contratos con multinacionales o una comunidad de lectores fieles. Por ejemplo, Cormac McCarthy pasó años publicando novelas complejas sin facturar lo suficiente, pero cuando llegó la era corporativa debió encajar su talento en bestsellers (fue a parar a The Road tras hacer “concesiones de género” para vender.

En la práctica: a día de hoy sólo unos pocos privilegiados llevan en la pluma el lujo de lo memorable y lo “denso”. El resto –autores noveles o medianos– acaba produciendo libros ligeros, como cadenas de montaje que alimentan la demanda rápida. Y cuando toca reflexionar sobre esto, al final uno se pregunta: ¿quién tiene realmente tiempo para detenerse a saborear el «lento arte de Moby Dick» con la agenda de un CEO moderno? La verdad, está claro: lo único sabroso aquí a largo plazo es el pastel de ventas, no el contenido profundo.

Conclusión: La noción de leer un libro por semana es un gancho motivacional más que una realidad práctica. Mientras, la industria literaria actual invierte en manuales de enganche rápido: librillos diseñados para consumirse como si fueran “fast food”, con técnicas de cliffhangers y capítulos hiperveloz. Al final, los platos fuertes –las novelas verdaderamente inolvidables y densas– quedan en manos de quienes ya tienen un colchón económico (y un nombre famoso) que se lo permita. Así que no nos engañemos: los CEO quizá lean mucho, pero difícilmente vienen con un “servicio ilimitado de lectura intensiva”. ¡Y si alguien logra devorar 52 libros al año, que no olvide recomendarnos su truco mágico!