Vivimos rodeados de tecnología, datos, pantallas… y sin embargo, nunca pareció más difícil pensar con claridad. Cada vez más estudios apuntan hacia una realidad inquietante: la inteligencia humana podría estar en declive.

El cerebro encoge, literalmente

Nuestro cerebro es más pequeño que el de los humanos de hace 10.000 años. No mucho, pero lo suficiente como para preguntarnos si estamos yendo hacia atrás. El entorno moderno ya no exige que resolvamos grandes problemas para sobrevivir: hay supermercados, GPS, calculadoras y asistentes que piensan por nosotros. La evolución ha levantado el pie del acelerador cognitivo.

El CI cae y nadie se alarma

Durante el siglo XX, el cociente intelectual medio subía generación tras generación. Hoy, en muchos países desarrollados, está descendiendo. No porque seamos genéticamente más torpes, sino porque el entorno educativo, cultural y digital ha cambiado: menos lectura, más distracción, menos esfuerzo mental.

La tecnología piensa por ti

¿Para qué aprender algo si está en Google? ¿Para qué orientarte si el móvil te guía? La tecnología nos da comodidad, sí, pero también nos vuelve pasivos. Delegamos tanto que la mente pierde práctica. Resolver problemas, memorizar, escribir… todo se externaliza.

La inteligencia ya no se necesita

Antes, para sobrevivir y reproducirse, hacía falta ser hábil y listo. Hoy basta con seguir un par de instrucciones. Los trabajos más comunes no requieren gran esfuerzo intelectual. Y los que sí, no siempre se traducen en ventajas reproductivas. El sistema no premia a los más inteligentes. A veces, ni los escucha.

¿Y ahora qué?

Esto no es una llamada al apocalipsis, pero sí una advertencia. Si dejamos que la comodidad reemplace el pensamiento, corremos el riesgo de atrofiar nuestra capacidad de razonar, de crear, de cuestionar. El cerebro es como un músculo: si no lo usas, lo pierdes.

Pensar sigue siendo un acto de resistencia. Y en estos tiempos, quizá también de supervivencia.