A veces, uno ve las series de televisión y se emociona cuando el -cop- Yanki de turno comenta «John, ya es la quinta generación de policías, si tu padre te viera tirado en el sofá se levantaría corriendo de su tumba. Por Dios Johnny, agarra la vida por los cuernos; ¡eres un MacKensy!». Coño, emociona!!!, te dan ganas de saltar de la silla tipo Homer y ayudar a John para que haga algo con su vida. ¡eres un MacKensy, muévete!

Y hablando de familias y generaciones, hoy recordaré en unas líneas la mía. La que viene por parte de madre. No es tan emocionante como la del poli Yanki, pero una vez que he investigado un poco, ha habido momentos que he dicho: «joder, eran duros de verdad». Como dice mi madre «eres la sexta generación de personas honradas y herreros».  Supongo que tiene más importancia lo primero. Pero conociendo la historia de Los Herreros de Ausejo, Los Zarpitas, la cosa pinta bien.

Tengo que remontarme a mediados del XIX cuando el primer Herrero Zarpitas se instaló en la localidad Riojana. Desde entonces de padres a hijos e hijas tuvieron que darle al fuelle y al martillo para moldear el metal. Seguro que todos trabajaron duros, pero por encima de todos ellos una tatatarabuela que quedó viuda sin haber alcanzado la treintena de su marido herrero y se tuvo que hacer cargo de la forja. Muchos cojones tenía que tener esa mujer que además de darle al yunque, era comadrona, hacía pan para vender en la Tahona, y sacó adelante a la familia. Viuda ya el resto de su vida, «Escolástica» trabajó hasta que los hijos y luego nietos, dejaran temprano la escuela para ponerse a trabajar. Yo, varias generaciones después no he seguido con la herrería, pero por lo menos tecnológicamente conocí las CNC y el control numérico en la carrera de Ingeniería, donde tomé ligera conciencia de lo dura y trabajadora que tuvo que ser esa gente.

 

Y termino con una anécdota que le pasó a mi abuelo el Sr. Adrián Herce y a su hermano Pedro allá por el 1950. Pedro y Adrián trabajaban juntos en la Fragua en el pequeño pueblo de Ausejo -La Rioja- que rondaba 1000 habitantes. El pueblo está a medio camino entre Logroño y Zaragoza. Se repartían el trabajo manual en la Fragua, y además Pedro, llevaba las cuentas, algo importante en la época donde pocos tenían su cultura básica. Cerca de 60 años trabajando juntos y ni una sola discusión. Con una caja “de dineros” conjunta donde nunca faltó “un real”. Una mañana de domingo, un camionero (que supuestamente conduciría el mejor Barreiros de la época XD) tuvo una avería en algún eje del camión, lo que le dejó totalmente atascado en un pueblo, en medio de la nada, y cerca de ningún sitio. El hombre tendría que seguir viaje a alguna ciudad importante y no podía avanzar ni llamar a ningún compañero. En estas, que algún vecino del pueblo, le dijo que subiera a la fragua de «Los Zarpitas» (a ellos no les gustaba mucho el apodo, a mi me parece precioso y me dignifica como persona). El hombre cogió la pieza de acero y fue a pedir ayuda a mi abuelo, que al ser domingo por la mañana estaría preparándose con la muda de los días festivos para un día familiar. Misa y comida común. El hombre insistiría mucho, le explicaría la situación y mi abuelo no se pudo resistir. Se trataba de darle algún punto de soldadura para que pudiera proseguir viaje de forma temporal. Hizo llamar a su hermano Pedro y juntos abrieron la fragua el único día que descansaban de la semana. Serían las 9 de la mañana del domingo y Pedro y Adrián, se pusieron manos a la obra y en vez de soldar la pieza, o de hacerle una chapuza, que le durara unos meses, forjaron una pieza idéntica en 4 horas de duro trabajo. Cuatro horas con el acero al rojo vivo sin levantar cabeza. Los dos. Mano a mano. Insuflando aire «Tío Pedro» y martillando mi abuelo. A la hora de comer el camionero se pasó por la fragua y se quedó alucinando como esos dos pueblerinos a mano hubieran creado «de cero» una pieza idéntica a la que se le había roto. El hombre había pedido una soldadura para poder llegar a alguna ciudad y allí encargar una nueva. Pero cuando vio la pieza se hacía cruces. No se podía creer que de la nada hubieran creado el todo.  Tras un momento de cháchara el camionero les pidió el coste del trabajo. Recordemos: 4 horas de «pinpampum» en un Domingo cualquiera de los años 50. Se reunieron los hermanos allí como quien planea un robo de gallinas y una vez llegaron a un acuerdo (no hacía falta mucho tiempo, se conocían y respetaban perfectamente) se dirigieron al hombre indicándole que el precio del trabajo era de 500 pesetas. El camionero debió soltar una pequeña sonrisa y les dijo amablemente a los hermanos: «ustedes hace mucho que no salen del pueblo» .Palabras textuales. El transportista montó la pieza que encajaba perfectamente en el Barreiros y sacó del bolsillo 1000 pesetas que dio al abuelo Adrián y otras 1000 pesetas para Pedro.